MIGUEL ÁNGEL GARCÍA
CAÑAMERO
«LA DIRECCIÓN es el escalafón supremo de hacer música con gente»
Desde 2015 es el director del Coro Nacional y desde 2011 ostentó también la subdirección. Es decir, actualmente lleva más de diez años en esta institución. ¿Cómo ha evolucionado musicalmente en esta década esta agrupación? ¿Cuál ha sido su aportación artística personal?
Cuando yo entré al Coro Nacional, este ya estaba en evolución. En 2021 ha sido el 50 aniversario del mismo. El Coro Nacional tiene una calidad espectacular y lo que ha hecho ha sido mantenerla durante todo este tiempo. Por tanto, más que evolucionar, somos los directores los que, cada vez que entramos en una institución así, tenemos el deber de observar en qué estado está el coro e intentar siempre llevarlo hacia arriba. Quizá lo que hacemos es imprimirle nuestro carácter personal, siempre supeditado a las necesidades de las obras que tienes que montar. Yo recibí un instrumento de primera y quizás mi compromiso más noble y más humilde fue mantener el estándar de calidad de ese coro y lo hemos conseguido. Es un trabajo diario. El coro ha ganado muchísimo en flexibilidad, en cuanto a adecuarse a nuevos repertorios, a criterios de interpretación, a veces también un poco de estilo histórico.
Usted posee una dilatada experiencia internacional dirigiendo grandes coros. ¿Qué diferencias y similitudes observa entre ellos y el panorama coral profesional español?
La pregunta siempre me la plantean desde el punto de si estamos «al nivel de», cuando para mí ya partimos de ahí. Respecto a grandes coros que hay ahora mismo en Europa, el Coro Nacional de España tiene un papel indiscutible. Es algo de lo que estoy muy contento y satisfecho. Nosotros tenemos un director titular, que ya de por sí es extranjero, David Afkham. El hecho de tener un director de fuera que te reconoce esa valía supone un termómetro muy sano. También recibimos visitas de muchísimos directores invitados y ellos no tienen esa visión nuestra de si estamos «a la altura de».
Por otro lado, usted, de manera puntual, realiza seminarios en la Escuela Coral de Madrid con cantantes amateurs. ¿Qué destacaría de los cantantes aficionados pero entregados al canto coral?
Me gusta mucho la palabra amateur porque contiene esa connotación de amar. Creo que es una gran diferencia porque realmente hay un amor incondicional, una entrega total. El profesional lo vive de otra manera porque es su trabajo, tiene otras obligaciones y otro tipo de responsabilidades, pero el mal llamado amateur es aquel que no pone ninguna condición a lo que hace. La dedicación, la entrega, la sonrisa que recibes en todos los ensayos es algo que siempre me ha gustado mucho de este sector. Creo que como profesional puedes aportarles algo.
En el último seminario que he dado aquí les explicaba que yo no hablo de la música de manera distinta aquí. El manejo del lenguaje que yo uso lo empleo exactamente igual con profesionales que con los que no lo son, porque cuando hablo de música, hablo de música.
«Todavía hay gente que entiende la dirección muy mal, como un ejercicio de poder, de imponer… cuando en realidad tú no eres nada; eres una bisagra, un mecanismo que hace que muchas cosas funcionen»
Estos cantantes aficionados se agrupan en sus coros y en torno a federaciones corales. ¿Qué papel le otorga a estas últimas?
Creo que son un elemento integrador importante. Es cierto que los coros son expresiones individuales, en cuanto que dependen de un director. Las federaciones corales lo que hacen es el papel de madre superiora, de aglutinar todo. Los coros, cuanto más vertebrados estén, pueden tener un componente de fuerza mayor.
Hablando de sus estudios, usted cursó también estudios de piano y de canto. ¿Qué es lo que le hizo decantarse por la dirección de coros?
Cuando empecé a estudiar dirección, en la primera clase, fue muy gracioso porque nuestro profesor nos dijo que cogiéramos un papel y apuntáramos por qué queríamos estudiar Dirección. Yo me quedé en blanco. Pensé «¿qué hago yo ahí?». Con los años me he dado cuenta de por qué quise estudiar Dirección y es porque para mí es el escalafón supremo de la música de cámara, es decir, de hacer música con gente. Llegó un momento que como instrumentista sentía una soledad muy grande. Entonces, llegas a la asignatura de música de cámara y te das cuenta de que tienes que confluir con otras sinergias, con otras emociones… eso es algo que como músico enriquece un montón. El paso natural, por tanto, era pasar al coro, pasar a la orquesta. Todavía hay gente que, hoy en día, entiende la dirección muy mal, como un ejercicio de poder, de imponer… cuando en realidad tú no eres nada; eres una bisagra, un mecanismo que hace que muchas cosas funcionen. Lo bonito es tener esa magia, ese tacto, para coordinar a un grupo de gente que se ponga al servicio de eso que está escrito. Eso es lo que me llevó a estudiar Dirección.
«Valoro mucho un sector del público que empieza a ser crítico. Yo no estoy en la música para que me digan que siempre hago las cosas bien»
Entonces, se convierte en director profesional con décadas de experiencia. Tras todos estos años, ¿qué características considera que debe tener un buen director de coro, tanto musicales como extramusicales?
Para mí lo más importante son las características personales porque respecto a las musicales puedes tener un talento innato, un gusto por la música… pero al fin y al cabo un entrenamiento técnico lo puede tener cualquier persona. Una titulación es necesaria, pero voy a los valores personales. Y ya no hablo de un director, sino de un músico, que debe ser una persona humilde. El gran cambio que ha existido en la dirección ha sido el de derrocar la imagen del director impositivo, que dice que se hacen las cosas así porque sí. Creo que el director debe ser una persona cercana para darse cuenta de que tiene que estar en constante renovación, formación, saber que no sabes nada. Tras muchos años pienso en que cada día tengo que estudiar y no he dejado de hacerlo ningún día. Descubres prismas nuevos, soluciones nuevas… siempre está todo por hacer. Y creo que ante eso solo cabe una postura de humildad y de trabajo. También hay que tener en cuenta que el director es uno de los músicos más irreales que existen. Esta frase no es mía, la decía Igor Markievich, que fue director de la Orquesta de RTVE. Decía esto porque el director ¡no suena! Yo no sueno, y puedo estudiar mucho y ser muy bueno o tener mucho talento, pero si no tengo gente que haga lo que yo pido, esto no va a funcionar. Si tú entiendes eso, eso te coloca como persona donde tienes que estar. Has de tender puentes, tener mucha psicología, darte cuenta, sobre todo si eres director coral, que esa persona que se ha levantado hoy a las ocho de la mañana y ha venido a tu clase a dar lo mejor que tiene, que es su voz, te está haciendo un regalo importante. Tú no puedes amargarle el día (bueno, puedes, pero no debes). Al revés, tienes que darle las gracias y hacer que se lo pase bien.
En los coros amateurs estamos viendo que cada vez son menos los hombres que cantan. ¿A qué cree que se debe?
No solo en los coros amateurs. En los coros profesionales hay dificultad siempre. ¡Y no sé a qué se debe! Es verdad que hay ciertas tipologías de voz que son más difíciles de encontrar. No creo que sea un problema nuevo. Quizás se ha agudizado ahora por cómo marcha nuestra sociedad. Desgraciadamente, creo que no hemos sabido inculcar el amor por la música a los jóvenes. No veo a la gente darse cuenta de lo bonito que es cantar en grupo, de lo mucho que te aporta en tu vida. Un ser humano canta e inmediatamente se encuentra mejor. Por tanto, son cantantes que desconocemos. El hecho es que cada vez se dedica menos gente a esto y que la gente a la que le gusta este tipo de cultura musical se va haciendo cada vez más mayor. No creo que sea un problema exclusivo de nuestro país y de nuestro tiempo; es algo bastante generalizado.
Con este panorama que acaba de describir, ¿qué le diría a los gobernantes si tuviera aquí a la persona responsable de los planes de estudio de los colegios?
¡Es muy fácil! Creo que no nos valen ahora mismo propuestas radicales ni insultantes, ni acusar a las clases dirigentes. Lo que hay que hacer es sentarse y solucionar esto. No les recriminaría que no hayan invertido, sino que les señalaría lo hermoso que es esto y les invitaría a invertir en ello. No hablo solamente de nuestro país. Es una cuestión global. Creo que los responsables tienen que darse cuenta de que invertir en cultura, a todos los niveles, es invertir en la humanidad, en el ser humano, en su bienestar. No se trata de aprender matemáticas o filosofía, sino de una inversión a fondo perdido: invierte, porque va a dar sus frutos como ser humano. Le hemos perdido el respeto a la cultura. Es algo que está ahí y no nos damos cuenta de lo que vale hasta que empezamos a perderlo.
Entonces, ¿cómo animaría a cualquier persona a cantar en un coro? ¿Cuál es el gancho?
Las personas tienen que descubrir el enorme poder de transformación que tiene la música. El hecho de saber que la música tiene ese potencial, creo que es lo que te puede enganchar a formar parte de ella. Eso lo hemos visto en el curso que he dado en la Escuela Coral: cómo los compositores han tratado de transmitir, con una determinada música, la sensación que le provocaba ese texto. Creo que cantar en coro es una de las experiencias más bonitas que hay como ser humano. En el curso de la Escuela Coral probamos a dejar nuestras sillas y cantar mirándonos unos a otros; enseguida todo cambia y los individuos se miran a los ojos. Existe una comunión extraña que cuando sales a la calle no la tienes.
«Siempre he entendido la dirección como esa capacidad de cambiar en un momento lo que está sonando; de tener ese potencial, esa magia»
¿Cree que todo el mundo puede cantar en coro? ¿El oído se educa?
¡Claro que el oído se educa! ¿Cualquier persona es apta? A priori, sí. Puede tardar más o menos, pero siempre va a ser un viaje agradable. Hay que ser realista con el formato de coro en el que vas a entrar. Animaría a que todo el mundo lo probase al menos una vez.
Quisiera abrir ahora un nuevo bloque de preguntas y hablar del público de conciertos. La música clásica viene experimentando problemas con su público, como bajada en la asistencia y envejecimiento de las audiencias. Sin embargo, en los últimos años se están dando numerosas iniciativas para revitalizar las presentaciones de los conciertos, con nuevos formatos y propuestas que pueden incluir elementos en principio ajenos a la música. La propia OCNE lleva varias temporadas implementando este tipo de iniciativas. ¿Qué opinión le merece esta corriente? ¿Es usted purista o resiliente?
Si purista significa ser radical, lo descarto. Es cierto que la situación de los públicos es el resultado de que no estamos haciendo bien las cosas. Al menos desde la OCNE siempre se ha tratado de implementar nuevos públicos y, por tanto, de dar nuevas ofertas. Hemos hecho conciertos con música de videojuegos, hemos pasado bandas sonoras… Eso capta determinados públicos en un momento. Está bien, pero no es la solución. La solución es regar esa planta desde pequeños, es decir, sembrar ese anhelo en esa persona para que en el futuro ella tenga esa necesidad de escuchar esa música. Cualquier propuesta que sea interesante y pueda ayudar a traer nuevos públicos es digna de ser valorada, siempre y cuando no transgreda el espíritu de un concierto porque, al fin y al cabo, a un concierto vas a lo que vas. Pero esto no es nada nuevo. Todas estas cosas de tratar de captar la atención del público se llevan haciendo desde tiempos inmemorables. Pero sí, creo que renovarse o morir. Creo que hay que seguir cuidando el legado cultural que tenemos, tratando de hacérselo atractivo a ciertos públicos, pero la clave está en la educación.
¿Cómo describiría al público que asiste? ¿Exigente, educado, va por inercia…? ¿Cómo es nuestro público español?
Creo que hay un poco de todo. Hay un sector más mayor, otro más joven… Lo que valoro mucho es que hay un sector al que no se le había prestado mucha atención y que empieza a ser crítico. Y esto a mí me gusta. Yo no estoy en la música para que me digan que siempre hago las cosas bien o que qué bonito es todo. Y eso es señal de que algunas cosas se hacen bien. Eso es que hay algo en el interior de tu alma que entiende lo que estamos haciendo. Hay público renovado y está también el sector tradicional de siempre que vive el concierto como algo más lúdico. No digo que sea una mala actitud. Depende de la necesidad que tengas de la música, cómo la vivas. Pero ese sector que se está conformando, con un conocimiento especializado, es muy interesante. Hablo de gente culta, que se ha ido forjando en conciertos, escuchando diferentes versiones y llegan a un espíritu crítico.
Vamos a pasar a preguntas más personales. ¿Qué músicos le han influido profundamente?
Necesitaríamos dos días para esto. Siempre he pensado que un músico debe formarse lo más ampliamente posible. Me encanta la música antigua, el Renacimiento, la polifonía, pero creo que hay un nombre, que es Bach, que nos domina a todos, porque cada vez que te acercas a él es como un pozo sin fondo. Y de ahí creo que se apoya el resto de la cultura tradicional.
¿Qué maestros le han marcado de manera especial?
Creo que todos los profesores o maestros con los que he trabajado han dejado una impronta en mí. De hecho, creo que todos los directores somos una especie de Frankenstein de trocitos de cosas que nos han impresionado. Hay muchos maestros que me han impresionado, pero hay uno por encima de todos, que es Simon Carrington. Él es fundador de los King’s Singers y tuve la oportunidad, cuando yo estudiaba en Budapest, de estar con él durante todo el curso. En aquel hombre yo no vi a un director sino a un mago. Era capaz de cambiar el color del coro chasqueando los dedos. Era capaz de todo y todo producía un efecto en el coro. Siempre he entendido la dirección así, como esa capacidad de cambiar en un momento lo que está sonando; de tener ese potencial, esa magia. Era súper humilde, tenía un feeling con el coro bestial, sacaba todo lo que quería de nosotros. Todos salíamos sin saber muy bien lo que había pasado en ese ensayo, pero había sido maravilloso. Era una persona excelentemente culta y hablaba de cosas que no hablaba nadie. Por ejemplo, de algo que yo he adoptado: el arte perdido de la retórica, algo que ya nadie valora (solo partituras, notas…). Nos estamos desenganchando de toda la tradición cultural clásica europea. Somos profesionales, estamos trabajando música coral y a veces no le prestamos ninguna atención al texto, cuando es el pilar de todo, es lo que articula todo. Por supuesto, luego llegaron muchos más referentes: mi maestro Erwin Ortner, el director del Coro Schoenberg; también Harnoncourt, que me impresionó mucho trabajar con él, cantar para él, porque tenía una filosofía muy extraña (o lo amas o lo odias). Al final, estoy muy agradecido a todas las personas que han querido aportar algo en mi vida.
Cuando no está ensayando, ¿qué música escucha en su día a día?
Es curioso (risas). Como músico vivo la música de manera muy natural, como la puedes oír tú o cualquier persona. La música es eso que pones en tu vida como un acompañante. Por ejemplo, cuando estás en el coche y no tienes con quién hablar, dejas que te invada. Tiene mucho que ver con cómo te sientes ese día. No lo quiero banalizar, pero en mi día la música es como una banda sonora que me acompaña desde que me levanto hasta que me acuesto. Así que depende de cómo me sienta ese día: puedo estar feliz escuchando una Pasión según San Juan, o de repente me puede apetecer escuchar György Ligeti. No soy muy fan de una época concreta. Y luego también valoro mucho el silencio (risas) porque vivo rodeado de música. Hay veces que, cuando tengo un día tranquilo, cojo el coche, me escapo de Madrid y voy a cualquier montaña, me siento y creo que es la música más maravillosa que hay; ¡escuchar los pájaros es una maravilla!
«Hay que seguir cuidando el legado cultural que tenemos, tratando de hacérselo atractivo a ciertos públicos, pero la clave está en la educación»
No se pierde un concierto de…
¡Difícil! Como director coral no me pierdo un concierto de todos aquellos grupos míticos que en su día amé como pueden ser The Tallis Scholars, The Sixteen de Harry Christophers… Pero no me pierdo un concierto… ¡al que pueda ir! Hay que tener un espíritu abierto. A veces he ido a conciertos de los que no esperaba nada, o por obligación, y he salido transfigurado de ellos. Cualquier concierto es una experiencia bonita de disfrutar.
Un reto musical por cumplir.
(Hondo suspiro). Te va a sonar crítico, pero mi reto musical más grande es llegar a estar completamente satisfecho de lo que hago. Creo que siempre hay un componente de frustración en lo que haces (no lo digo peyorativamente). Por muy bien que lo llegues a poder plasmar, por muy maravilloso que sea el concierto, siempre queda una coma, pero; siempre hay cosas que pueden mejorarse, cosas que has hecho, pero de las que no estás convencido del todo. Creo que será el reto grande de mi vida: el hecho de tener la sensación de llegar a un final musical, a un grado de perfección; de decir: «Ahora estoy 100% satisfecho de lo que hago». Pero no creo que sea malo; al revés, creo que es bueno no estar satisfecho. No tener la sensación de sentar cátedra implica que estás vivo, estudiando, disfrutando de lo que haces y que todavía estás explorando el camino y que eres joven musicalmente. 𝄂
MUNDO CORAL Nº II